lunes, 29 de diciembre de 2008

El año nuevo.

La grinch habla de nuevo.

Para ser franca, desde que soy niña estas épocas no son encantadoras. Recuerdo mi infancia en año nuevo con los Pinal: Iglesia reglamentaria, comida para adultos y para niños (estos, convenientemente sentados en mini mesitas), payaso, mago, juegos, los atragantamientos por uvas con el reloj cu-cu de la abuela, salir corriendo maletas en mano, la barrida. Era divertido.

Luego, cuando los Pinal se disgregaron por la República y mis navidades y años nuevos se quedaron con las Rodríguez, la cosa fue muy aburrida. Mi hermana y yo éramos las únicas niñas de la familia. Tras el casamiento de mi madre, nos llevaban al pueblo de los Sánchez a pasar las fiestas en medio de una retahila de niños donde todo era como lo describí en "La navidance", pero más feo, porque la pasaba azul de asfixia en medio de los agentes a los que soy alérgica (gatos, polvo, humedad). Feo, feo.

Por fortuna uno crece y se rebela. Es entonces cuando uno la pasa como quiere. Pero entonces viene la mente adulta a arruinarlo todo. Ahora entiendo por qué la gente llora en los años nuevos, veo la alegría de empezar otro; se cierran ciclos y se abren otros, o por lo menos se tiene esa sensación. Siendo historiador se sabe que los procesos no empiezan ni acaban un buen día, mucho menos un 31 de diciembre. Eso es basura. Pero aún a sabiendas de esto no se puede dejar de tener la sensación de que el 1 de enero inicia "una nueva oportunidad".

A estas alturas de la vida entiendo que todos los años son escencialmente iguales. No son buenos ni malos, ocurren imprevistos, logros, fracasos. Es la vida, nuestra vida. Cumplimos un año más en el mundo. Yo no veo los días y los años como un logro de sobre vivencia. Uno no puede evitar las lluvias de secretarios de gobernación, las enfermedades. Se amanece cada día "por suerte". Incluso se logra aquello por lo que uno trabaja "por suerte". Fuera de nuestras manos están las miles de condiciones que nos llevan justo a donde estamos.

Los años no son buenos ni malos. Son. No hay más. Lo interesante es ver qué hacemos con las circunstascias y cómo narrativizamos la existencia. Y esto, creo, debería hacerse cada día y no cada 31 de diciembre.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Postdata.

Esta es una continuación de la entrada anterior, referente a la navidad. En realidad constituye una respuesta a Elemile, amigo con quien he sostenido interesantes charlas y debates electrónicos y a quien leo gustosa cada vez.

Si bien es cierto que las críticas vertidas en "La navidance" constituyen un tópico, tienen más profundidad de la que aparentan. Ciertamente he pintado un escenario de lo más grotesco, cuya escencia kitsch se ve agravada cuando se admite que es lo que usualmente se ve. Y no se trata de la caricaturización de una realidad nacional como de la denuncia de lo que hay detrás de esa escena: gente de exstencias tan insoportables que se tiran a los excesos ante cualquier oportunidad, aun cuando se trate de una festividad familiar y religiosa.

Más allá de los orígenes históricos de la celebración navideña (mismos que no me atañen ahora puesto que hablo de tiempos presentes), se sabe que lo que se celebra es el nacimiento del mesías que, con su muerte, redimió a la humanidad de sus pecados. No me voy a meter con ello. Lo que me interesa rescatar es que el espectáculo descrito se repite lo mismo en navidad que en los tres años del sobrino: se trata de la ruptura ritualizada de lo cotidiano que, desde este punto de vista, parece explicarse por la sencilla razón de que la gente vive muerta por dentro, en la perenne reproducción de un esquema que, representado en medios masivos de televisión, es aquél que se refiere a eso que llamo "La Gran Familia Mexicana".

La navidad es un ritual social que, como muchos (¿o todos, cuando son llamados "tradición"?), tienen el objetivo de preservar los valores del conglomerado, de educar a los que vienen con estos valores, logrando así la reproducción de los mismos. Me pregunto si en el siglo XXI la navidad, como ese ritualde preservación de valores, tiene cabida entre miles de ateos, "católicos no-católicos" (de los que abortan, se divorcian y usan anticonceptivos, o sea, no-católicos o herejes desde la concepción de la Iglesia a la que dicen pertenecer), indiferentes, pobres (la cena cuesta, y caro) y demás mutantes de la sociedad posmoderna. Tiene cabida sólo si deja de ser la navidad como se entiende y se redefine, como hago, como una momento de deshagogo compulsivo, de embriaguez, consumismo y comida hasta el hartazgo.

Los que viven en función de los valores del siglo XX, es decir, los de la burguesía que llegó a México con la Revolución, son cada vez más raros. Las adaptaciones de este sistema de valores (el moderno) a las condiciones actuales son las que, creo, han dado por resultado estas navidades de muertos vivientes (¿acaso disfrutan la vida?) o zombies (deserebrados que obedecen acríticamente). Son celebraciones muy sanas, junto con las farras de año nuevo y las borracheras en las fiestas infantiles. Si no existieran estas pequeñas fugas de la vida en la muerte (en la existencia mecánica de la oficina, la caja, el volante, la preparación de la comida, las idas por los niños al karate y demás monadas de cómo-se-debe-vivir según los comerciales de Ariel y las películas de Disney) los espectáculos como el que sigue serían más habituales:







Por lo tanto, la navidad sirve oara que persista la vida capitalista, o post capitalista, como la llaman algunos. En otro momento, con más tiempo, abrevaré sobre las bellezas de la vida en la muerte.

lunes, 22 de diciembre de 2008

La navidance

Oso escirbir estos barruntos porque acabo de leer las reflexiones de un muy querido amigo mío acerca de la Navidad. En su ensayo, mi querido Alfredo pinta a la navidad como un momento de consumismo y embriaguez que ha sido enteramente desvirtuado de su razón de ser, es decir, celebrar el nacimiento de G-bús. Pues bien, aquí mis humildes opiniones acerca del fenómeno del que hoy somos víctimas.

Ah, la navidad. Temporada de amor y paz. Tan armónica, tan linda toda ella llena de foquitos, arbolitos, regalos y la bella familia. Basta ya. Seamos honestos. Los tópicos de la navidad son otros: el pavo seco, el guacalao y demás sabrosidades que no se acabarán sino hasta año nuevo, las tías bigotonas que gustan de besar a los pobres niños que, al juntarse, son como una manada de micos sin control. Los adolescentes de la familia, mientras tanto, se clavan la sidra y se van a algún lado escondido de la casa de los abuelos para beber y fumar ocultos de sus padres que, embebidos en interesantísimas charlas sobre pañales, rentas, vecinas, colegiaturas y recetas de concina, no notan qué hacen los querubines (un niño ya incendió las cortinas de la abuela mienras jugaba con el primo a los petarditos ardientes).

Los hombres, separados de las mujeres, discuten fervorosamente en futuro de Cuauhtémoc Blanco en la Selección Nacional mientras beben todo lo que pueden para evadir sus tristes vidas. La abuela y sus nueras cercanas, mientras tanto, enloquecen en la cocina y sirven a la familia gorrona que, de nueva cuenta, llevó una botella de sidra Santa Claus.

Tras la cena viene lo mejor: el intercambio de chucherías (calzones, peluches, perfumes Avón, cajitas musicales, cochecitos, chocolates rancios, tarjetas y cajitas musicales). Es inigualable la sensasión de felicidad al ver al sobrinito recibiendo unos simpáticos calcetines y balar al ritmo de "que-se-lo-poooonga!, que-se-lo-poooonga" cuando a la tía le regalaron una tanga roja para hacerse los graciositos.

Tan linda la navidad. Llena de familias de nucra existencia que van a castigar a los patriarcas de la familia con pagar y preparar la cena para 35 gorrones que han contribuído con su ebria presencia.

Los gorrones en cuestión, aprovechan la ocasión para llevar sus mejores ropas, recién compradas (a crédito, claro, la situación está difícil). Las nueras aprovechan para hablar mal de la suegra y de la nuera faltante, así como de ponerse al tanto de lo sucedido en las vidas de las otras (nada interesante, de verdad, exceptuando lo que se dice a espaldas de la gente ausente).

Es de las escenas más desagradables de nuestro mundo. Y aunque no es en todos los casos, en esto consiste la navidad para la Gran Familia Mexicana que, de nuevo, se reunirá el 31 para tragar uvas al son de las campanas del canal 2, porque ni cenando la tele se apaga.

Aunque este no es el escnario de todas las casas, el 24 de diciembre es así la mayoría de los casos. Otras familias, las llamadas disfuncionales, viven la depresión del padre ausente y la trsiteza de tener una cena para dos personas. Es digno de notar que esta trsiteza no es producto sino de los medios de comunicación masiva que establecen como ideal la primer escena descrita, pero si los dos ante la mesa se pusieran a pensar críticamente en el asunto, seguro notarían la feliz navidad que están pasando. Pues, ¿acaso, como bien decía Alfredo, la navidad no es un tópico más de las campañas publicitarias? ¿no es responsabilidad de Televisa, la creadora de  La Gran Familia Mexicana?

¿Qué necesidad hay de comer pavo? ¿Por qué no pizza? ¿Por qué hay que ir a verle la cara a la familia y convivir con ella en un convite hipócrita donde, aunque todos se embriaguen juntos, no hay que le preste dinero a un primo que lo requiere ni quien le ayude a la abuela a hacer la cena?

Televisa y Tv Azteca han fomentado esta y otras aberraciones propias de La Gran Familia Mexicana, esa cosa horrorosa donde los individuos desaparecen para convertirse en una masa informe donde la felicidad está en tener un depto y un coche, dos niños y un perro y un vacío existencial que no se llena ni comprando, ni con la televisión, ni con tv y novelas, ni con el futbol ni los jueves de pokar y los domingos de reunión familiar. 

Bien por los que se sienten felices viviendo al son de los valores de cualquier telenovela. Sin embargo, y para suerte de unos cuantos, existen los que apagan la tele y son capaces de disfrutar las verdaderas bondades de la vida: la libertad. Ese espacio donde uno, por desición propia, decide convivir con la familia o pasarla como hongo en casa jugando scrabble con un compañero de vida, sacar a pasear al perro, leer la novela que está tan buena o lavar las cortinas, y si se es católico y se celebra la navidad, llevar al menos una velita para G-bús, que nació. ¿Regalos? Sólo a quien se quiera y porque se quiere, sin la premura de comprar cualquier cháchara en la farmacia local.