Para ser franca, desde que soy niña estas épocas no son encantadoras. Recuerdo mi infancia en año nuevo con los Pinal: Iglesia reglamentaria, comida para adultos y para niños (estos, convenientemente sentados en mini mesitas), payaso, mago, juegos, los atragantamientos por uvas con el reloj cu-cu de la abuela, salir corriendo maletas en mano, la barrida. Era divertido.
Luego, cuando los Pinal se disgregaron por la República y mis navidades y años nuevos se quedaron con las Rodríguez, la cosa fue muy aburrida. Mi hermana y yo éramos las únicas niñas de la familia. Tras el casamiento de mi madre, nos llevaban al pueblo de los Sánchez a pasar las fiestas en medio de una retahila de niños donde todo era como lo describí en "La navidance", pero más feo, porque la pasaba azul de asfixia en medio de los agentes a los que soy alérgica (gatos, polvo, humedad). Feo, feo.
Por fortuna uno crece y se rebela. Es entonces cuando uno la pasa como quiere. Pero entonces viene la mente adulta a arruinarlo todo. Ahora entiendo por qué la gente llora en los años nuevos, veo la alegría de empezar otro; se cierran ciclos y se abren otros, o por lo menos se tiene esa sensación. Siendo historiador se sabe que los procesos no empiezan ni acaban un buen día, mucho menos un 31 de diciembre. Eso es basura. Pero aún a sabiendas de esto no se puede dejar de tener la sensación de que el 1 de enero inicia "una nueva oportunidad".
A estas alturas de la vida entiendo que todos los años son escencialmente iguales. No son buenos ni malos, ocurren imprevistos, logros, fracasos. Es la vida, nuestra vida. Cumplimos un año más en el mundo. Yo no veo los días y los años como un logro de sobre vivencia. Uno no puede evitar las lluvias de secretarios de gobernación, las enfermedades. Se amanece cada día "por suerte". Incluso se logra aquello por lo que uno trabaja "por suerte". Fuera de nuestras manos están las miles de condiciones que nos llevan justo a donde estamos.
Los años no son buenos ni malos. Son. No hay más. Lo interesante es ver qué hacemos con las circunstascias y cómo narrativizamos la existencia. Y esto, creo, debería hacerse cada día y no cada 31 de diciembre.
Sin duda. Pero, si nos atenemos al hecho de que, al menos en cuanto a su cuestión natural, cada año marca un ciclo (estacional, cronológico, laboral, vacacional), entonces tiene chiste partir la vida cada 31 de diciembre y sentarse a pensar "¿qué haré con los siguientes 365 días?"
ResponderEliminarObviamente, nada se sabe, nada puede programarse, todo son quimeras e imaginaciones pero, al menos, por una ocasión en el año encontramos el pretexto preciso para ponernos una meta o hacernos un plan... aunque podríamos hacerlo cada día del año. La cosa es que es el único punto donde socialmente compartimos tal inicio, y no quedamos en ridículo con planecitos anuales. Tal es el objetivo: cerrar en un punto comúnmente válido, y abrir en el inmediatamente contiguo, no más.
Feliz año, que tus propósitos sean claros, que encuentres las herramientas para llevarlos a cabo, y que siga yéndote bien. Ya estás en la ruta: el chiste ahora es que no te caigas de la bicicleta ni se le ponchen las ruedas a ésta.
Caray! me trajiste recuerdos que se encontraban enterrados desde hace muchos años. Y también comparto la idea de que es tonto creer que los ciclos de nuestras vidas comienzan cada 1 de Enero y terminan cada 31 de Diciembre. Los grandes edificios comienzan con un ladrillo, las grandes historias con un enunciado, los grandes logros comienzan siendo sólo sueños o ideas, que pueden tomar un segundo o una década, pero creo que cuándo uno no sabe hacia dónde esta caminando, se envuelve en la necesidad de "cerrar" el ciclo para olvidar todos aquellos errores y fracasos que vienen con la vida misma, que son de lo más naturales e incluso enriquecedores, que son necesarios para lograr una meta, pero sólo si sabes cuál es, de lo contrario, se quedan siendo eso...solo errores y fracasos.
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